Estas son algunas de las fotos de la Javierada del año pasado y del anterior, es decir, del 2005 y 2006. Para que vayáis pensando en ir...
miércoles, 31 de enero de 2007
martes, 30 de enero de 2007
Avisos del domingo
- Hay una reunión de éxito escolar el Miércoles 31 a las 20:00.
- El que quiera apuntarse al coro parroquial ya lo pueden hacer en el despacho.
- También ha comenzado el plazo de inscripción de la Javierada.
El Castillo de Javier es objetivo final de numerosas peregrinaciones realizadas a lo largo del año, que son conocidas con el popular y sonoro nombre de “javierada”. La javierada del dolor, a la que acuden enfermos para pedir al Santo ánimos y salud; la javierada de la familia, la de la tercera edad, etc. Entre todas ellas, las más numerosas y tradicionales son las marchas que tienen lugar a principios de marzo, en dos fines de semana consecutivos, en las que decenas de miles de peregrinos de todas las edades: grupos de amigos, de compañeros de colegio o universidad, familias, grupos parroquiales o de socios de entidades de todo Navarra inundan las carreteras para llegar a pie, tras caminatas de cincuenta, sesenta y en algunos casos, de hasta cien kilómetros, a la cuna del santo universal.
La primera de las javieradas concluye en torno al castillo, con una celebración que tiene lugar a las 9 de la mañana del primer domingo comprendido en el periodo que va del 4 al 12 de marzo (Novena de la Gracia) y la segunda javierada se celebra el sábado siguiente, concluyendo con una celebración eucarística a las cinco de la tarde.
Además, todos los días de la Novena – 4 al 12 de marzo – se celebra una solemne función religiosa que incluye la intervención de un predicador destacado.
La Novena de la Gracia es una tradicional práctica religiosa que tiene por finalidad solicitar de San Francisco Javier la concesión de un bien (una gracia) de carácter personal en el ámbito de la salud, familia, trabajo, estudios, etc. Concluye el 12 de marzo, que es la fecha en que, en 1622, fue declarado santo por la Iglesia Católica, Francisco de Javier.
La primera de las javieradas concluye en torno al castillo, con una celebración que tiene lugar a las 9 de la mañana del primer domingo comprendido en el periodo que va del 4 al 12 de marzo (Novena de la Gracia) y la segunda javierada se celebra el sábado siguiente, concluyendo con una celebración eucarística a las cinco de la tarde.
Además, todos los días de la Novena – 4 al 12 de marzo – se celebra una solemne función religiosa que incluye la intervención de un predicador destacado.
La Novena de la Gracia es una tradicional práctica religiosa que tiene por finalidad solicitar de San Francisco Javier la concesión de un bien (una gracia) de carácter personal en el ámbito de la salud, familia, trabajo, estudios, etc. Concluye el 12 de marzo, que es la fecha en que, en 1622, fue declarado santo por la Iglesia Católica, Francisco de Javier.
viernes, 26 de enero de 2007
Conversión de san Pablo
La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:
"Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.
Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer".
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: "Aquí estoy Señor" y el Señor le dijo: "Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista.
Respondió Ananías y dijo: "Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre".
El Señor le respondió: "Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre".
Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: "Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo". Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? "Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo".
Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: "Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago". Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: "El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir". Y glorificaban a Dios a causa de mí.
Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.
jueves, 25 de enero de 2007
Cantalamessa
Siento que en más de una semana no haya puesto nada, pero es que la semana no era propicia. Aquí está el comentario de Raniero Cantalamessa a las lecturas de la liturgia de la Misa del III Domingo del Tiempo Ordinario:
¿Los evangelios son relatos históricos?
Antes de empezar el relato de la vida de Jesús, el evangelista Lucas explica los criterios que le han guiado. Asegura que refiere hechos transmitidos por testigos oculares, verificados por él mismo con «comprobaciones exactas» para que quien lee pueda darse cuenta de la solidez de las enseñanzas contenidas en el Evangelio. Esto nos ofrece la ocasión de ocuparnos del problema de la historicidad de los Evangelios.
Hasta hace algún siglo, no se mostraba entre la gente el sentido crítico. Se tomaba por históricamente ocurrido todo lo que era referido. En los últimos dos o tres siglos nació el sentido histórico por el cual, antes de creer en un hecho del pasado, se somete a un atento examen crítico para comprobar su veracidad. Esta exigencia ha sido aplicada también a los Evangelios.
Resumamos las diversas etapas que la vida y la enseñanza de Jesús atravesaron antes de llegar a nosotros.
Primera fase: vida terrena de Jesús. Jesús no escribió nada, pero en su predicación utilizó algunos recursos comunes a las culturas antiguas, los cuales facilitaban mucho retener un texto de memoria: frases breves, paralelismos y antítesis, repeticiones rítmicas, imágenes, parábolas... Pensemos en frases del Evangelio como: «Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos», «Ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición...; estrecha la entrada y angosto el camino que lleva a la Vida» (Mt 7, 13-14). Frases como éstas, una vez escuchadas, hasta la gente de hoy difícilmente las olvida. El hecho, por lo tanto, de que Jesús no haya escrito Él mismo los Evangelios no significa que las palabras en ellos referidas no sean suyas. Al no poder imprimir las palabras en papel, los hombres de la antigüedad las fijaban en la mente.
Segunda fase: predicación oral de los apóstoles. Después de la resurrección, los apóstoles comenzaron inmediatamente a anunciar a todos la vida y las palabras de Cristo, teniendo en cuenta las necesidades y las circunstancias de los diversos oyentes. Su objetivo no era el de hacer historia, sino llevar a la gente a la fe. Con la comprensión más clara que ahora tenemos de esto, ellos fueron capaces de transmitir a los demás lo que Jesús había dicho y hecho, adaptándolo a las necesidades de aquellos a quienes se dirigían.
Tercera fase: los Evangelios escritos. Una treintena de años después de la muerte de Jesús, algunos autores comenzaron a poner por escrito esta predicación que les había llegado por vía oral. Nacieron así los cuatro Evangelios que conocemos. De las muchas cosas llegadas hasta ellos, los evangelistas eligieron algunas, resumieron otras y explicaron finalmente otras, para adaptarlas a las necesidades del momento de las comunidades para las que escribían. La necesidad de adaptar las palabras de Jesús a las exigencias nuevas y distintas influyó en el orden con el que se relatan los hechos en los cuatro Evangelios, en la diversa colocación e importancia que revisten, pero no alteró la verdad fundamental de ellos.
Que los evangelistas tuvieran, en la medida de lo posible en aquel tiempo, una preocupación histórica y no sólo edificante, lo demuestra la precisión con la que sitúan el acontecimiento de Cristo en el espacio y el tiempo. Poco más adelante, Lucas nos proporciona todas las coordenadas políticas y geográficas del inicio del ministerio público de Jesús (Lc 3, 1-2).
En conclusión, los Evangelios no son libros históricos en el sentido moderno de un relato lo más despegado y neutral posible de los hechos ocurridos. Pero son históricos en el sentido de que lo que nos transmiten refleja en la sustancia lo sucedido.
Pero el argumento más convincente a favor de la fundamental verdad histórica de los Evangelios es el que experimentamos dentro de nosotros cada vez que somos alcanzados en profundidad por una palabra de Cristo. ¿Qué otra palabra, antigua o nueva, jamás ha tenido el mismo poder?
¿Los evangelios son relatos históricos?
Antes de empezar el relato de la vida de Jesús, el evangelista Lucas explica los criterios que le han guiado. Asegura que refiere hechos transmitidos por testigos oculares, verificados por él mismo con «comprobaciones exactas» para que quien lee pueda darse cuenta de la solidez de las enseñanzas contenidas en el Evangelio. Esto nos ofrece la ocasión de ocuparnos del problema de la historicidad de los Evangelios.
Hasta hace algún siglo, no se mostraba entre la gente el sentido crítico. Se tomaba por históricamente ocurrido todo lo que era referido. En los últimos dos o tres siglos nació el sentido histórico por el cual, antes de creer en un hecho del pasado, se somete a un atento examen crítico para comprobar su veracidad. Esta exigencia ha sido aplicada también a los Evangelios.
Resumamos las diversas etapas que la vida y la enseñanza de Jesús atravesaron antes de llegar a nosotros.
Primera fase: vida terrena de Jesús. Jesús no escribió nada, pero en su predicación utilizó algunos recursos comunes a las culturas antiguas, los cuales facilitaban mucho retener un texto de memoria: frases breves, paralelismos y antítesis, repeticiones rítmicas, imágenes, parábolas... Pensemos en frases del Evangelio como: «Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos», «Ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición...; estrecha la entrada y angosto el camino que lleva a la Vida» (Mt 7, 13-14). Frases como éstas, una vez escuchadas, hasta la gente de hoy difícilmente las olvida. El hecho, por lo tanto, de que Jesús no haya escrito Él mismo los Evangelios no significa que las palabras en ellos referidas no sean suyas. Al no poder imprimir las palabras en papel, los hombres de la antigüedad las fijaban en la mente.
Segunda fase: predicación oral de los apóstoles. Después de la resurrección, los apóstoles comenzaron inmediatamente a anunciar a todos la vida y las palabras de Cristo, teniendo en cuenta las necesidades y las circunstancias de los diversos oyentes. Su objetivo no era el de hacer historia, sino llevar a la gente a la fe. Con la comprensión más clara que ahora tenemos de esto, ellos fueron capaces de transmitir a los demás lo que Jesús había dicho y hecho, adaptándolo a las necesidades de aquellos a quienes se dirigían.
Tercera fase: los Evangelios escritos. Una treintena de años después de la muerte de Jesús, algunos autores comenzaron a poner por escrito esta predicación que les había llegado por vía oral. Nacieron así los cuatro Evangelios que conocemos. De las muchas cosas llegadas hasta ellos, los evangelistas eligieron algunas, resumieron otras y explicaron finalmente otras, para adaptarlas a las necesidades del momento de las comunidades para las que escribían. La necesidad de adaptar las palabras de Jesús a las exigencias nuevas y distintas influyó en el orden con el que se relatan los hechos en los cuatro Evangelios, en la diversa colocación e importancia que revisten, pero no alteró la verdad fundamental de ellos.
Que los evangelistas tuvieran, en la medida de lo posible en aquel tiempo, una preocupación histórica y no sólo edificante, lo demuestra la precisión con la que sitúan el acontecimiento de Cristo en el espacio y el tiempo. Poco más adelante, Lucas nos proporciona todas las coordenadas políticas y geográficas del inicio del ministerio público de Jesús (Lc 3, 1-2).
En conclusión, los Evangelios no son libros históricos en el sentido moderno de un relato lo más despegado y neutral posible de los hechos ocurridos. Pero son históricos en el sentido de que lo que nos transmiten refleja en la sustancia lo sucedido.
Pero el argumento más convincente a favor de la fundamental verdad histórica de los Evangelios es el que experimentamos dentro de nosotros cada vez que somos alcanzados en profundidad por una palabra de Cristo. ¿Qué otra palabra, antigua o nueva, jamás ha tenido el mismo poder?
miércoles, 17 de enero de 2007
San Fulgencio
Aprovechando el santo de Don Fulgencio, pongo la vida del santo:
Del latín fulgentem, significa "resplandeciente". Es un nombre que nace en el cristianismo. Se ha prodigado muy poco, pese a su gran belleza y a los dos grandes santos que dieron más resplandor todavía a este luminoso nombre.
San Fulgencio de Écija es un obispo español del tiempo de los visigodos, hermano de San Leandro, San Isidoro y Santa Florentina. Hijo de nobles, fueron desterrados sus padres a Sevilla, a causa de su fe y allí nació Fulgencio. Lo encomendaron sus padres al obispo Eterio, benedictino, para que le educase en la fe cristiana. El resultado fue que Fulgencio abrazó la vida monástica en la orden de San Benito, en Sevilla. Se dedica allí al estudio de las Sagradas Escrituras con sumo provecho: escribe comentarios sobre el Pentateuco, los libros de los reyes, los doce Profetas menores, Isaías, los Salmos y los Evangelios. Escribe también un tratado sobre la fe (De fide), el libro De las mitologías ó ficciones y uno más de Sermones. Además de propagar la fe mediante sus escritos, tomó parte activa en la gran batalla dialéctica contra los arrianos. En la guerra que estalló entre el rey Leovigildo y su hijo San Ermenegildo, Fulgencio tomó partido por este último, por lo que fue desterrado a Cartagena. A la muerte del obispo de esta ciudad, Fulgencio ocupó la silla episcopal a instancias del rey. Ocho años estuvo al frente de esa diócesis, hasta que el rey volvió a acordarse de él para resolver los graves conflictos y disensiones que había en Écija. Tan pronto como llegó Fulgencio a ocupar la sede episcopal de Écija, su natural dulce, indulgente y compasivo obró el milagro de disolver los odios enconados de Écija. Puso orden en las costumbres de los clérigos y en los monasterios, hasta convertir a Écija en un remanso de paz. Reclamado de nuevo a Cartagena, allí acabó sus días el año 658. Su fiesta se celebra el 16 de enero.
San Fulgencio de Écija es un obispo español del tiempo de los visigodos, hermano de San Leandro, San Isidoro y Santa Florentina. Hijo de nobles, fueron desterrados sus padres a Sevilla, a causa de su fe y allí nació Fulgencio. Lo encomendaron sus padres al obispo Eterio, benedictino, para que le educase en la fe cristiana. El resultado fue que Fulgencio abrazó la vida monástica en la orden de San Benito, en Sevilla. Se dedica allí al estudio de las Sagradas Escrituras con sumo provecho: escribe comentarios sobre el Pentateuco, los libros de los reyes, los doce Profetas menores, Isaías, los Salmos y los Evangelios. Escribe también un tratado sobre la fe (De fide), el libro De las mitologías ó ficciones y uno más de Sermones. Además de propagar la fe mediante sus escritos, tomó parte activa en la gran batalla dialéctica contra los arrianos. En la guerra que estalló entre el rey Leovigildo y su hijo San Ermenegildo, Fulgencio tomó partido por este último, por lo que fue desterrado a Cartagena. A la muerte del obispo de esta ciudad, Fulgencio ocupó la silla episcopal a instancias del rey. Ocho años estuvo al frente de esa diócesis, hasta que el rey volvió a acordarse de él para resolver los graves conflictos y disensiones que había en Écija. Tan pronto como llegó Fulgencio a ocupar la sede episcopal de Écija, su natural dulce, indulgente y compasivo obró el milagro de disolver los odios enconados de Écija. Puso orden en las costumbres de los clérigos y en los monasterios, hasta convertir a Écija en un remanso de paz. Reclamado de nuevo a Cartagena, allí acabó sus días el año 658. Su fiesta se celebra el 16 de enero.
Y a continuación, unas fotos de la bendición de los animales del año pasado:
martes, 16 de enero de 2007
Comentario de Raniero Cantalamessa a la liturgia del domingo
Hoy es el santo de Don Fulgencio, por si os dice algo, para que lo sepáis.
Invitaron a Jesús a las bodas
II Domingo del Tiempo OrdinarioIsaías 62, 1-5; I Corintios 12, 4-11; Juan 2, 1-11
II Domingo del Tiempo OrdinarioIsaías 62, 1-5; I Corintios 12, 4-11; Juan 2, 1-11
El Evangelio del II Domingo del Tiempo Ordinario es el episodio de las bodas de Caná. ¿Qué ha querido decirnos Jesús aceptando participar en una fiesta nupcial? Sobre todo, de esta manera honró, de hecho, las bodas entre el hombre y la mujer, recalcando, implícitamente, que es algo bello, querido por el Creador y por Él bendecido. Pero quiso enseñarnos también otra cosa. Con su venida, se realizaba en el mundo ese desposorio místico entre Dios y la humanidad que había sido prometido a través de los profetas, bajo el nombre de «nueva y eterna alianza». En Caná, símbolo y realidad se encuentran: las bodas humanas de dos jóvenes son la ocasión para hablarnos de otro desposorio, aquél entre Cristo y la Iglesia que se cumplirá en «su hora», en la cruz.
Si deseamos descubrir cómo deberían ser, según la Biblia, las relaciones entre el hombre y la mujer en el matrimonio, debemos mirar cómo son entre Cristo y la Iglesia. Intentemos hacerlo, siguiendo el pensamiento de San Pablo sobre el tema, como está expresado en Efesios, 5, 25-33. En el origen y centro de todo matrimonio, siguiendo esta perspectiva, debe estar el amor: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella».
Esta afirmación –que el matrimonio se funda en el amor- parece hoy darse por descontado. En cambio sólo desde hace poco más de un siglo se llegó al reconocimiento de ello, y todavía no en todas partes. Durante siglos y milenios, el matrimonio era una transacción entre familias, un modo de proveer a la conservación del patrimonio o a la mano de obra para el trabajo de los jefes, o una obligación social. Los padres y las familias eran los protagonistas, no los esposos, quienes frecuentemente se conocían sólo el día de la boda.
Jesús, sigue diciendo Pablo en el texto de los Efesios, se entregó «a fin de presentarse a sí mismo su Iglesia resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida». ¿Es posible, para un marido humano, imitar, también en este aspecto, al esposo Cristo? ¿Puede quitar las arrugas a su propia esposa? ¡Claro que puede! Hay arrugas producidas por el desamor, por haber sido dejados en soledad. Quien se siente aún importante para el cónyuge no tiene arrugas, o si las tiene son arrugas distintas, que acrecientan, no disminuyen la belleza.
Y las esposas, ¿qué pueden aprender de su modelo, que es la Iglesia? La Iglesia se embellece únicamente para su esposo, no por agradar a otros. Está orgullosa y es entusiasta de su esposo Cristo y no se cansa de tejerle alabanzas. Traducido al plano humano, esto recuerda a las novias y a las esposas que su estima y admiración es algo importantísimo para el novio o el marido. A veces, para ellos es lo que más cuenta en el mundo. Sería grave que les faltara recibir jamás una palabra de aprecio por su trabajo, por su capacidad organizativa, por su valor, por la dedicación a la familia; por lo que dice, si es un hombre político; por lo que escribe, si es un escritor; por lo que crea, si es un artista. El amor se alimenta de estima y muere sin ella.
Pero existe una cosa que el modelo divino recuerda sobre todo a los esposos: la fidelidad. Dios es fiel, siempre, a pesar de todo. Hoy, esto de la fidelidad se ha convertido en un discurso escabroso que ya nadie se atreve a hacer. Sin embargo el factor principal del desmembramiento de muchos matrimonios está precisamente aquí, en la infidelidad. Hay quien lo niega, diciendo que el adulterio es el efecto, no la causa, de las crisis matrimoniales. Se traiciona, en otras palabras, porque no existe ya nada con el propio cónyuge.
A veces esto será incluso cierto; pero muy frecuentemente se trata de un círculo vicioso. Se traiciona porque el matrimonio está muerto, pero el matrimonio está muerto precisamente porque se ha empezado a traicionar, tal vez en un primer tiempo sólo con el corazón. Lo más odioso es que a menudo es el que traiciona quien hace recaer en el otro la culpa de todo y se hace la víctima.
Pero volvamos al episodio del Evangelio, porque contiene una esperanza para todos los matrimonios humanos, hasta los mejores. Sucede en todo matrimonio lo que ocurrió en las bodas de Caná. Comienza en el entusiasmo y en la alegría (de ello es símbolo el vino); pero este entusiasmo inicial, como el vino en Caná, con el paso del tempo se consume y llega a faltar. Entonces se hacen las cosas ya no por amor y con alegría, sino por costumbre. Cae sobre la familia, si no se presta atención, como una nube de monotonía y de tedio. También de estos esposos se debe decir: «¡No les queda vino!».
El relato del Evangelio indica a los cónyuges una vía para no caer en esta situación o salir de ella si ya se está dentro: ¡invitar a Jesús a las propias bodas! Si Él está presente, siempre se le puede pedir que repita el milagro de Caná: transformar el agua en vino. El agua del acostumbramiento, de la rutina, de la frialdad, en el vino de un amor y de una alegría mejor que la inicial, como era el vino multiplicado en Caná. «Invitar a Jesús a las propias bodas» significa honrar el Evangelio en la propia casa, orar juntos, acercarse a los sacramentos, tomar parte en la vida de la Iglesia.
No siempre los dos cónyuges están, en sentido religioso, en la misma línea. Tal vez uno de los dos es creyente y el otro no, o al menos no de la misma forma. En este caso, que invite a Jesús a las bodas aquél de los dos que le conozca, y lo haga de manera –con su gentileza, el respeto por el otro, el amor y la coherencia de vida- que se convierta pronto en el amigo de ambos. ¡Un «amigo de familia»!
lunes, 15 de enero de 2007
Avisos del domingo
Estos son los avisos del domingo:
- El miércoles a las 17:30 se bendecirán todos los animales que queráis traer en la parroquia. Pueden ser de todo tipo.
- El jueves 18 empieza la semana de la oración por la unidad de los cristianos.
- El miércoles a las 17:30 se bendecirán todos los animales que queráis traer en la parroquia. Pueden ser de todo tipo.
- El jueves 18 empieza la semana de la oración por la unidad de los cristianos.
sábado, 13 de enero de 2007
San Teodosio
Esta es la vida de San Teodosio:
Su nombre significa: "Regalo de Dios".
Nació en Turquía en el año de 423.
Sus padres lo acostumbraban desde jovencito a leer cada día con atención una página de la Sagrada Escritura, lo cual le sirvió muchísimo para llegar a la santidad.
Al leer en el Génesis que Abraham agradó a Dios al dejar su patria y su familia para irse a la Tierra Santa a servir al verdadero Dios, dispuso hacer él otro tanto, y dejando sus grandes riquezas y su familia, se fue a Jerusalén.
Antes que todo se fue a visitar al famoso San Simeón el Estilita, el cual le anunció muchas de las cosas que le iban a suceder durante su vida y le dio consejos muy prácticos para saber comportarse bien.
Después de visitar en peregrinación a Jerusalén, Belén y Nazaret, se propuso dedicarse a vivir como un religioso solitario. Pero luego, el temor de tener que vivir sin un director espiritual y por lo tanto quedar expuesto a graves equivocaciones, lo hizo quedarse cerca de Belén, donde vivía el más sabio director de religiosos de esas regiones, el abad Longinos.
Después de ser ordenado sacerdote, recibió de Longinos la orden de encargarse del culto de una iglesia que estaba en el camino entre Jerusalén y Belén. Después de los actos de culto en la iglesia se iba a una cueva solitaria a meditar y rezar.
Pronto vinieron muchos jóvenes a pedirle ser admitidos como religiosos. Él recibía a todos aquellos que demostraban estar dispuestos sinceramente a hacer penitencia y convertirse. A uno de sus discípulos, el que después fue obispo de Petra, le debemos los datos que vamos a narrar en seguida.
A sus jóvenes religiosos les hacía cavar ellos mismos su propia sepultura (una pala cada noche cada uno, antes de acostarse diciendo: "Yo he de morir, yo no sé cuándo; yo he de morir, yo no sé dónde; yo he de morir, yo so sé cómo; pero lo que sí sé de cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre"). Esto para que recordaran que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir y que "a la hora menos pensada vendrá el Hijo de Dios a tomarnos cuentas y que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora".
Cuando terminaron de cavar la primera sepultura, el abad Teodosio, les dijo: "La sepultura ya está lista; ¿quién desea ocuparla?". Un sacerdote llamado Basilio se adelantó y dijo: "Padre, si al buen Dios le parece bien así, yo acepto ser el primero en morir. Pero rezad por mí y dadme la bendición". Teodosio mandó que rezaran por Basilio las oraciones por los moribundos. A los cuatro días el sacerdote cayó muerto de repente, sin haber estado enfermo antes. Pero estaba bien preparado para la muerte.
Un día de pascua no había nada con qué almorzar. Los monjes empezaron a murmurar pero Teodosio les recomendó que tuvieran fe en la Divina Providencia. A medio día llegó una recua de mulas cargadas con alimentos. Nadie supo de dónde llegaron ni quién las envió.
Como la fama de santidad de Teodosio atraía muchos jóvenes que venían a vivir como religiosos, tuvo que hacer tres conventos: uno para los que hablaban griego, otro para los que hablaban idiomas eslavos y el tercero para los de idiomas orientales como hebreo, árabe y persa. Todos cerca de Belén. Los salmos los rezaba cada convento en su propio idioma, pero la Eucaristía la celebraban todos juntos en el templo.
También construyó Teodosio cerca de Belén tres hospitales: uno con ancianato, otro para los que sufrían toda clase de enfermedades, y el tercero para los que padecían enfermedades mentales. Esta idea era muy nueva en esos tiempos y poco frecuente en el mundo.
Eran tantos los enfermos que venían a ser atendidos, que los historiadores de ese tiempo cuentan que hubo días en que llegaron cien enfermos a ser curados. Cuando no había alimentos o medicinas, Teodosio ponía a sus monjes a rezar con toda fe y las ayudas llegaban de las maneras más inesperadas.
Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba por tratar a los demás con fe y las ayudas llegaban de las maneras más inesperadas.
Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba por tratar a los demás como deseaba ser tratado por ellos. El silencio era perfecto. Todos estaban obligados a dedicar varias horas del día a trabajos manuales para conseguir lo necesario para alimentar a tanta gente. El Arzobispo de Jerusalén quedó tan admirado de aquel orden y seriedad, que nombró a Teodosio "Superior de todos los religiosos que vivían en Tierra Santa".
El emperador de Constantinopla apoyaba una herejía que le negaba algunas cualidades de Jesucristo, y para que Teodosio lo apoyara le envió una gran cantidad de dinero. Teodosio recibió el dinero y lo repartió entre los pobres pero recorrió toda Palestina diciéndole a la gente cristiana: "El que enseñe algo acerca de Jesucristo, contrario a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, sea maldito". Y los sermones de este santo producían efectos maravillosos en los oyentes.
También obtenía milagros de Dios. Una vez una mujer que tenía un tumor maligno incurable, tocó con fe el manto de Teodosio y quedó curada instantáneamente.
El emperador se disgustó porque el abad no apoyaba sus herejías y lo desterró. Pero enseguida murió el emperador, y él que lo reemplazó mandó a nuestro santo que volviera inmediatamente a sus conventos de Belén.
Teodosio enfermó de una afección dolorosísima. Como él había curado a tantos enfermos con su oración, un discípulo le aconsejó que le pidiera a Dios que le quitara la enfermedad. El santo le respondió: "Eso sería falta de paciencia; eso sería no aceptar la santa voluntad del Señor". ¿No sabes que "Todo redunda en bien de los que aman a Dios?".
Cuando sintió que se iba a morir mandó reunir junto a su lecho a sus religiosos y les recomendó vivir de tal manera bien que cada día estuvieran prontos para presentarse ante el Juicio de Dios. Y anunció varios hechos que sucedieron después.
Murió a los 105 años, en el año 529. Era admirable su vigor en la ancianidad, a pesar de que ayunaba y empleaba muchas noches en la oración. De él se pudo decir lo que la S. Biblia afirma de Moisés: "Conservó su robustez y vigor hasta la más avanzada ancianidad".
El Arzobispo de Jerusalén y muchísimos cristianos de esa Ciudad Santa asistieron a su entierro y durante sus funerales se obraron varios milagros.
Lo sepultaron en la cueva en la cual escamparon los Reyes Magos cuando viajaban de Jerusalén a Belén.
Señor Dios: gracias por darnos ejemplos tan maravillosos en tus santos. Te suplicamos que a imitación de San Teodosio vivamos de manera tan santa cada día, que a cualquier hora que vengas a llamarnos a la eternidad nos puedas decir aquellas palabras del evangelio: "Bien siervo bueno y prudente: has sido fiel en lo poco, ahora te constituiré sobre lo mucho". Amén.
Su nombre significa: "Regalo de Dios".
Nació en Turquía en el año de 423.
Sus padres lo acostumbraban desde jovencito a leer cada día con atención una página de la Sagrada Escritura, lo cual le sirvió muchísimo para llegar a la santidad.
Al leer en el Génesis que Abraham agradó a Dios al dejar su patria y su familia para irse a la Tierra Santa a servir al verdadero Dios, dispuso hacer él otro tanto, y dejando sus grandes riquezas y su familia, se fue a Jerusalén.
Antes que todo se fue a visitar al famoso San Simeón el Estilita, el cual le anunció muchas de las cosas que le iban a suceder durante su vida y le dio consejos muy prácticos para saber comportarse bien.
Después de visitar en peregrinación a Jerusalén, Belén y Nazaret, se propuso dedicarse a vivir como un religioso solitario. Pero luego, el temor de tener que vivir sin un director espiritual y por lo tanto quedar expuesto a graves equivocaciones, lo hizo quedarse cerca de Belén, donde vivía el más sabio director de religiosos de esas regiones, el abad Longinos.
Después de ser ordenado sacerdote, recibió de Longinos la orden de encargarse del culto de una iglesia que estaba en el camino entre Jerusalén y Belén. Después de los actos de culto en la iglesia se iba a una cueva solitaria a meditar y rezar.
Pronto vinieron muchos jóvenes a pedirle ser admitidos como religiosos. Él recibía a todos aquellos que demostraban estar dispuestos sinceramente a hacer penitencia y convertirse. A uno de sus discípulos, el que después fue obispo de Petra, le debemos los datos que vamos a narrar en seguida.
A sus jóvenes religiosos les hacía cavar ellos mismos su propia sepultura (una pala cada noche cada uno, antes de acostarse diciendo: "Yo he de morir, yo no sé cuándo; yo he de morir, yo no sé dónde; yo he de morir, yo so sé cómo; pero lo que sí sé de cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre"). Esto para que recordaran que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir y que "a la hora menos pensada vendrá el Hijo de Dios a tomarnos cuentas y que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora".
Cuando terminaron de cavar la primera sepultura, el abad Teodosio, les dijo: "La sepultura ya está lista; ¿quién desea ocuparla?". Un sacerdote llamado Basilio se adelantó y dijo: "Padre, si al buen Dios le parece bien así, yo acepto ser el primero en morir. Pero rezad por mí y dadme la bendición". Teodosio mandó que rezaran por Basilio las oraciones por los moribundos. A los cuatro días el sacerdote cayó muerto de repente, sin haber estado enfermo antes. Pero estaba bien preparado para la muerte.
Un día de pascua no había nada con qué almorzar. Los monjes empezaron a murmurar pero Teodosio les recomendó que tuvieran fe en la Divina Providencia. A medio día llegó una recua de mulas cargadas con alimentos. Nadie supo de dónde llegaron ni quién las envió.
Como la fama de santidad de Teodosio atraía muchos jóvenes que venían a vivir como religiosos, tuvo que hacer tres conventos: uno para los que hablaban griego, otro para los que hablaban idiomas eslavos y el tercero para los de idiomas orientales como hebreo, árabe y persa. Todos cerca de Belén. Los salmos los rezaba cada convento en su propio idioma, pero la Eucaristía la celebraban todos juntos en el templo.
También construyó Teodosio cerca de Belén tres hospitales: uno con ancianato, otro para los que sufrían toda clase de enfermedades, y el tercero para los que padecían enfermedades mentales. Esta idea era muy nueva en esos tiempos y poco frecuente en el mundo.
Eran tantos los enfermos que venían a ser atendidos, que los historiadores de ese tiempo cuentan que hubo días en que llegaron cien enfermos a ser curados. Cuando no había alimentos o medicinas, Teodosio ponía a sus monjes a rezar con toda fe y las ayudas llegaban de las maneras más inesperadas.
Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba por tratar a los demás con fe y las ayudas llegaban de las maneras más inesperadas.
Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba por tratar a los demás como deseaba ser tratado por ellos. El silencio era perfecto. Todos estaban obligados a dedicar varias horas del día a trabajos manuales para conseguir lo necesario para alimentar a tanta gente. El Arzobispo de Jerusalén quedó tan admirado de aquel orden y seriedad, que nombró a Teodosio "Superior de todos los religiosos que vivían en Tierra Santa".
El emperador de Constantinopla apoyaba una herejía que le negaba algunas cualidades de Jesucristo, y para que Teodosio lo apoyara le envió una gran cantidad de dinero. Teodosio recibió el dinero y lo repartió entre los pobres pero recorrió toda Palestina diciéndole a la gente cristiana: "El que enseñe algo acerca de Jesucristo, contrario a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, sea maldito". Y los sermones de este santo producían efectos maravillosos en los oyentes.
También obtenía milagros de Dios. Una vez una mujer que tenía un tumor maligno incurable, tocó con fe el manto de Teodosio y quedó curada instantáneamente.
El emperador se disgustó porque el abad no apoyaba sus herejías y lo desterró. Pero enseguida murió el emperador, y él que lo reemplazó mandó a nuestro santo que volviera inmediatamente a sus conventos de Belén.
Teodosio enfermó de una afección dolorosísima. Como él había curado a tantos enfermos con su oración, un discípulo le aconsejó que le pidiera a Dios que le quitara la enfermedad. El santo le respondió: "Eso sería falta de paciencia; eso sería no aceptar la santa voluntad del Señor". ¿No sabes que "Todo redunda en bien de los que aman a Dios?".
Cuando sintió que se iba a morir mandó reunir junto a su lecho a sus religiosos y les recomendó vivir de tal manera bien que cada día estuvieran prontos para presentarse ante el Juicio de Dios. Y anunció varios hechos que sucedieron después.
Murió a los 105 años, en el año 529. Era admirable su vigor en la ancianidad, a pesar de que ayunaba y empleaba muchas noches en la oración. De él se pudo decir lo que la S. Biblia afirma de Moisés: "Conservó su robustez y vigor hasta la más avanzada ancianidad".
El Arzobispo de Jerusalén y muchísimos cristianos de esa Ciudad Santa asistieron a su entierro y durante sus funerales se obraron varios milagros.
Lo sepultaron en la cueva en la cual escamparon los Reyes Magos cuando viajaban de Jerusalén a Belén.
Señor Dios: gracias por darnos ejemplos tan maravillosos en tus santos. Te suplicamos que a imitación de San Teodosio vivamos de manera tan santa cada día, que a cualquier hora que vengas a llamarnos a la eternidad nos puedas decir aquellas palabras del evangelio: "Bien siervo bueno y prudente: has sido fiel en lo poco, ahora te constituiré sobre lo mucho". Amén.
jueves, 11 de enero de 2007
Audiencia del papa (continuación)
Antes hay que recordar que hoy se cumplen cuatro años de la ordenación de Don José María. ¡Enhorabuena!
Ahora seguimos con las palabras del papa:
Como Jesús había explicado a los discípulos de Emaús que todo el Antiguo Testamento habla de Él, de su cruz y de su resurrección, de este modo, san Esteban, siguiendo la enseñanza de Jesús, lee todo el Antiguo Testamento en clave cristológica. Demuestra que el misterio de la Cruz se encuentra en el centro de la historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento, muestra realmente que Jesús, el crucificado y resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra, por tanto, que el culto del templo también ha concluido y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico «templo». Precisamente este «no» al templo y a su culto provoca la condena de san Esteban, quien, en ese momento --nos dice san Lucas--, al poner la mirada en el cielo vio la gloria de Dios y a Jesús a su derecha. Y mirando al cielo, a Dios y a Jesús, san Esteban dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios» (Hechos 7, 56). Le siguió su martirio, que de hecho se conforma con la pasión del mismo Jesús, pues entrega al «Señor Jesús» su propio espíritu y reza para que el pecado de sus asesinos no les sea tenido en cuenta (Cf. Hechos 7,59-60). El lugar del martirio de Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente algo más afuera de la Puerta de Damasco, en el norte, donde ahora se encuentra precisamente la iglesia de Saint- Étienne, junto a la conocida «École Biblique» de los dominicos. Al asesinato de Esteban, primer mártir de Cristo, le siguió una persecución local contra los discípulos de Jesús (Cf. Hechos 8, 1), la primera que se verificó en la historia de la Iglesia. Constituyó la oportunidad concreta que llevó al grupo de cristianos hebreo-helenistas a huir de Jerusalén y a dispersarse. Expulsados de Jerusalén, se transformaron en misioneros itinerantes. «Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra» (Hechos 8, 4). La persecución y la consiguiente dispersión se convierten en misión. El Evangelio se propagó de este modo en Samaria, en Fenicia, y e Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde, según Lucas, fue anunciado por primera vez también a los paganos (Cf. Hechos 11, 19-20) y donde resonó por primera vez el nombre de «cristianos» (Hechos 11,26). En particular, Lucas especifica que los que lapidaron a Esteban «pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo» (Hechos 7, 58), el mismo que de perseguidor se convertiría en apóstol insigne del Evangelio. Esto significa que el joven Saulo tenía que haber escuchado la predicación de Esteban, y conocer los contenidos principales. Y San Pablo se encontraba con probabilidad entre quienes, siguiendo y escuchando este discurso, «tenían los corazones consumidos de rabia y rechinaban sus dientes contra él» (Hechos 7, 54). Podemos ver así las maravillas de la Providencia divina: Saulo, adversario empedernido de la visión de Esteban, después del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, reanuda la interpretación cristológica del Antiguo Testamento hecha por el primer mártir, la profundiza y completa, y de este modo se convierte en el «apóstol de las gentes». La ley se cumple, enseña él, en la cruz de Cristo. Y la fe en Cristo, la comunión con el amor de Cristo, es el verdadero cumplimiento de toda la Ley. Este es el contenido de la predicación de Pablo. Él demuestra así que el Dios de Abraham se convierte en el Dios de todos. Y todos los creyentes en Cristo Jesús, como hijos de Abraham, se convierten en partícipes de las promesas. En la misión de san Pablo se cumple la visión de Esteban. La historia de Esteban nos dice mucho. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que estaban encargados sobre todo de la caridad. Pero no era posible disociar caridad de anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección que podemos aprender de la figura de san Esteban: caridad y anuncio van siempre juntos. San Esteban nos habla sobre todo de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la Cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa fase de Tertuliano, fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» («Apologetico» 50,13: «Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum»). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano, incluso en momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia él y de él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones, nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino por el que Cristo se hace siempre presente de nuevo entre nosotros.
Como Jesús había explicado a los discípulos de Emaús que todo el Antiguo Testamento habla de Él, de su cruz y de su resurrección, de este modo, san Esteban, siguiendo la enseñanza de Jesús, lee todo el Antiguo Testamento en clave cristológica. Demuestra que el misterio de la Cruz se encuentra en el centro de la historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento, muestra realmente que Jesús, el crucificado y resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra, por tanto, que el culto del templo también ha concluido y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico «templo». Precisamente este «no» al templo y a su culto provoca la condena de san Esteban, quien, en ese momento --nos dice san Lucas--, al poner la mirada en el cielo vio la gloria de Dios y a Jesús a su derecha. Y mirando al cielo, a Dios y a Jesús, san Esteban dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios» (Hechos 7, 56). Le siguió su martirio, que de hecho se conforma con la pasión del mismo Jesús, pues entrega al «Señor Jesús» su propio espíritu y reza para que el pecado de sus asesinos no les sea tenido en cuenta (Cf. Hechos 7,59-60). El lugar del martirio de Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente algo más afuera de la Puerta de Damasco, en el norte, donde ahora se encuentra precisamente la iglesia de Saint- Étienne, junto a la conocida «École Biblique» de los dominicos. Al asesinato de Esteban, primer mártir de Cristo, le siguió una persecución local contra los discípulos de Jesús (Cf. Hechos 8, 1), la primera que se verificó en la historia de la Iglesia. Constituyó la oportunidad concreta que llevó al grupo de cristianos hebreo-helenistas a huir de Jerusalén y a dispersarse. Expulsados de Jerusalén, se transformaron en misioneros itinerantes. «Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra» (Hechos 8, 4). La persecución y la consiguiente dispersión se convierten en misión. El Evangelio se propagó de este modo en Samaria, en Fenicia, y e Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde, según Lucas, fue anunciado por primera vez también a los paganos (Cf. Hechos 11, 19-20) y donde resonó por primera vez el nombre de «cristianos» (Hechos 11,26). En particular, Lucas especifica que los que lapidaron a Esteban «pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo» (Hechos 7, 58), el mismo que de perseguidor se convertiría en apóstol insigne del Evangelio. Esto significa que el joven Saulo tenía que haber escuchado la predicación de Esteban, y conocer los contenidos principales. Y San Pablo se encontraba con probabilidad entre quienes, siguiendo y escuchando este discurso, «tenían los corazones consumidos de rabia y rechinaban sus dientes contra él» (Hechos 7, 54). Podemos ver así las maravillas de la Providencia divina: Saulo, adversario empedernido de la visión de Esteban, después del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, reanuda la interpretación cristológica del Antiguo Testamento hecha por el primer mártir, la profundiza y completa, y de este modo se convierte en el «apóstol de las gentes». La ley se cumple, enseña él, en la cruz de Cristo. Y la fe en Cristo, la comunión con el amor de Cristo, es el verdadero cumplimiento de toda la Ley. Este es el contenido de la predicación de Pablo. Él demuestra así que el Dios de Abraham se convierte en el Dios de todos. Y todos los creyentes en Cristo Jesús, como hijos de Abraham, se convierten en partícipes de las promesas. En la misión de san Pablo se cumple la visión de Esteban. La historia de Esteban nos dice mucho. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que estaban encargados sobre todo de la caridad. Pero no era posible disociar caridad de anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección que podemos aprender de la figura de san Esteban: caridad y anuncio van siempre juntos. San Esteban nos habla sobre todo de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la Cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa fase de Tertuliano, fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» («Apologetico» 50,13: «Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum»). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano, incluso en momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia él y de él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones, nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino por el que Cristo se hace siempre presente de nuevo entre nosotros.
miércoles, 10 de enero de 2007
Audiencia del papa de hoy
Hoy es una parte, mañana pondré la segunda y última.
Queridos hermanos y hermanas:
Después de las fiestas, volvemos a nuestras catequesis. Había meditado con vosotros en las figuras de los doce apóstoles y de san Pablo. Después habíamos comenzado a reflexionar en otras figuras de la Iglesia naciente. De este modo, hoy queremos detenernos en la persona de san Esteban, festejado por la Iglesia el día después de Navidad. San Esteban es el más representativo de un grupo de siete compañeros. La tradición ve en este grupo el germen del futuro ministerio de los «diáconos», si bien hay que destacar que esta denominación no está presente en el libro de los «Hechos de los Apóstoles». La importancia de Esteban, en todo caso, queda clara por el hecho de que Lucas, en este importante libro, le dedica dos capítulos enteros.
La narración de Lucas comienza constatando una subdivisión que tenía lugar dentro de la Iglesia primitiva de Jerusalén: estaba formada totalmente por cristianos de origen judío, pero entre éstos algunos eran originarios de la tierra de Israel, y eran llamados «hebreos», mientras que otros procedían de la de fe judía en el Antiguo Testamento de la diáspora de lengua griega, y eran llamados «helenistas». De este modo, comenzaba a perfilarse el problema: los más necesitados entre los helenistas, especialmente las viudas desprovistas de todo apoyo social, corrían el riesgo de ser descuidas en la asistencia de su sustento cotidiano. Para superar estas dificultades, los apóstoles, reservándose para sí mismos la oración y el ministerio de la Palabra como su tarea central, decidieron encargar a «a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría» para que cumplieran con el encargo de la asistencia (Hechos 6, 2-4), es decir, del servicio social caritativo. Con este objetivo, como escribe Lucas, por invitación de los apóstoles, los discípulos eligieron siete hombres. Tenemos sus nombres. Son: «Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de Antioquia. Los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos» (Hechos 6,5-6).
El gesto de la imposición de las manos puede tener varios significados. En el Antiguo Testamento, el gesto tiene sobre todo el significado de transmitir un encargo importante, como hizo Moisés con Josué (Cf. Números 27, 18-23), designando así a su sucesor. Siguiendo esta línea, también la Iglesia de Antioquía utilizará este gesto para enviar a Pablo y Bernabé en misión a los pueblos del mundo (Cf. Hechos 13, 3). A una análoga imposición de las manos sobre Timoteo para transmitir un encargo oficial hacen referencia las dos cartas que San Pablo le dirigió (Cf. 1 Timoteo 4, 14; 2 Timoteo 1, 6). El hecho de que se tratara de una acción importante, que había que realizar después de un discernimiento, se deduce de lo que se lee en la primera carta a Timoteo: «No te precipites en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los pecados ajenos» (5, 22). Por tanto, vemos que el gesto de la imposición de las manos se desarrolla en la línea de un signo sacramental. En el caso de Esteban y sus compañeros se trata ciertamente de la transmisión oficial, por parte de los apóstoles, de un encargo y al mismo tiempo de la imploración de una gracia para ejercerlo.
Lo más importante es que, además de los servicios caritativos, Esteban desempeña también una tarea de evangelización entre sus compatriotas, los así llamados «helenistas». Lucas, de hecho, insiste en el hecho de que él, «lleno de gracia y de poder» (Hechos 6, 8), presenta en el nombre de Jesús una nueva interpretación de Moisés y de la misma Ley de Dios, relee el Antiguo Testamento a la luz del anuncio de la muerte y de la resurrección de Jesús. Esta relectura del Antiguo Testamento, relectura cristológica, provoca las reacciones de los judíos que interpretan sus palabras como una blasfemia (Cf. Hechos 6, 11-14). Por este motivo, es condenado a la lapidación. Y san Lucas nos transmite el último discurso del santo, una síntesis de su predicación.
domingo, 7 de enero de 2007
Avisos del domingo
Éstos son los avisos del domingo:
- Mañana lunes 8 hay retiro en la parroquia impartido por Don Fulgencio. Comenzará después de Misa de 10:00 y acabará sobre las 11:45.
- El jueves día 11 se renuevan las promesas del Bautismo de los niños de Comunión.
- La ganadora del concurso de las tarjetas navideñas es Inés Minguez. El segundo clasificado ha sido Álvaro Pampillón. ¡Felicidades a los dos!
- Mañana lunes 8 hay retiro en la parroquia impartido por Don Fulgencio. Comenzará después de Misa de 10:00 y acabará sobre las 11:45.
- El jueves día 11 se renuevan las promesas del Bautismo de los niños de Comunión.
- La ganadora del concurso de las tarjetas navideñas es Inés Minguez. El segundo clasificado ha sido Álvaro Pampillón. ¡Felicidades a los dos!
miércoles, 3 de enero de 2007
San Basilio y San Gregorio
Esta es la vida de San Basilio y de San Gregorio:
Perteneció a una familia de santos. Su abuelo murió mártir en la persecución. La abuela fue Santa Macrina. La madre: Santa Amelia. La hermana también fue santa. Sus hermanos fueron San Pedro obispo de Sebaste y San Gregorio Niceno. Su mejor amigo fue San Gregorio Nacianceno (el otro santo que se celebra este día).
Basilio significa: "Rey". Nació en Cesarea de Turquía el año 329. Estudió en Atenas y Constantinopla.
Al ver que su hermana Santa Macrina había fundado un monasterio de monjas y que éstas progresaban mucho en santidad, Basilio se fue a Egipto a aprender de los monjes del desierto el modo de vivir como monje, en soledad; y al volver de allá se hizo monje y redactó sus famosas "Constituciones" que son la primera Regla de vida que se escribió para los religiosos. En ellas enseña cómo vivir en oración, estudio, buenas lecturas y trabajos manuales en un monasterio y cómo hacerse santo en la vida religiosa. En esas "Constituciones" se han basado los más famosos fundadores de Comunidades para redactar los Reglamentos de sus Congregaciones.
Basilio fue elegido Arzobispo de Cesarea, y el delegado del gobierno quiso hacerle renegar de la fe. Varios habían renegado por miedo. Pero nuestro santo le respondió: ¿Qué me vas a poder quitar si no tengo casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré ni un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Que me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento… El gobernador le respondió admirado: "Jamás nadie me había contestado así". Y Basilio añadió: "Es que jamás te habías encontrado con un obispo". El gobernante no se atrevió a castigarlo porque le pareció que era un gran santo, y porque todo el pueblo lo veneraba inmensamente.
Por su oratoria maravillosa, por sus admirables escritos y por las muchísimas obras que hizo en favor del pueblo, fue llamado "Basilio el Grande". Era amado por cristianos, judíos y paganos. San Gregorio decía: "Cada vez que leo un escrito de Basilio, siento que el Espíritu Santo transforma mi alma". Sus escritos tienen lo que se llama "Unción", o sea la cualidad especial de que conmueven al que los lee.
Además de su arrebatadora elocuencia, Basilio tenía una asombrosa actividad en favor de los necesitados. Fue al primero que se le ocurrió fundar por allí un Hospital para pobres y un ancianato. Todo, todo lo que llegaba lo regalaba a los necesitados.
Estudió mucho la Biblia y sus sermones están llenos de frases de la Sagrada Escritura. Y era especializado en filosofía y en literatura y así sus escritos están redactados de una manera muy sabia y agradable.
Se conservan unas 365 cartas suyas, muy hermosas y de provechosa lectura para el alma.
Su pensamiento dominante después del amor a Dios, era ayudar y hacer que otros ayudaran a los pobres. De San Basilio son aquellas famosas palabras: "Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al hambriento. Los vestidos que ya no usas le pertenecen al necesitado. El calzado que ya no empleas le pertenece al descalzo. El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con que comprar lo que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón".
Trabajaba y escribía sin cesar. La gente decía: "El obispo Basilio predica a todas horas: en las misas, en las reuniones, en las catequesis, y cuando no está hablando
Murió el 1 de enero del año 379 cuando sólo tenía 49 años y fue sepultado el 2 de enero, en medio de un gentío tan grande y unos lloros tan impresionantes como nunca se habían presenciado en aquella ciudad capital.
Todos sus escritos y sus sermones tiene por fin hacer que la gente ame más a Dios y se vuelva más santa. Por eso es considerado como el primer escritor ascético del oriente (ascética es la ciencia que enseña a dominarse a sí mismo y a ser santo).
San Gregorio Niacianceno, Arzobispo de Constantinopla, dijo en su discurso el día del entierro: "Basilio santo, nació entre los santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio, hijo de mártires sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables".
San Basilio el Grande: ¡Ruega por nosotros!
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